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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

Y atrapar pompas de jabón con la boca

Habían sido días hermosos. Días de risas y de bailes bajo la lluvia. Recordaba las noches en el Fax, la música atronadora, la cerveza y las horas entre confesiones, ilusiones y sueños, las lágrimas ante su amiga. Ahora tenía miedo. Recordaba los besos –los robados y los otros- y las caricias. Sentía como se estremecía al evocar  esos instantes que se desvanecían. Así que pasó toda la mañana tratando de capturar pompas de jabón con la boca. Decía que el tiempo apenas se gastaba cuando lo hacía. Estaba obsesionado con el tiempo. Alguien le dijo durante una noche de borrachera que estaba malgastando sus días. Entendió que las horas pasaban mucho más deprisa de lo que nunca había percibido. Así que buscó la manera de detenerlo; por eso trataba de atrapar las pompas de jabón con la boca.

 

2.-

 

Dicen que sabes que estás bailando porque escuchas la música. Aquella noche no bailé y tampoco recordaba cuál era la canción. Tan sólo estaba seguro de que ella apoyaba la cabeza sobre su pecho, de que se movían acompasadamente, lo que no podía asegurar es que la música hubiera tenido algún efecto. 

 

3.-

 

El tiempo pasa más despacio en los relojes grandes. Las cosas siguen igual, inamovibles. Nadie hace nada por cambiarlas y él tampoco estaba por la labor. A veces creía que todo era una puta mentira. Que nadie existe, que todo eran sombras. Unas simpáticas y otras horribles y extrañas, capaces de atemorizarte e impedirte sonreír o llorar. Te congelan. Luego alguien te dice que debes mantener vivos tus valores, que debes creer en algo y aspirar a ser alguien en la vida. La primera vez te lo crees y comienzas a soñar. Durante unos años -en el mejor de los casos- lo haces, sueñas, y todo parece estar a punto de cumplirse, luego caes de la nube. Quedas inmovilizado y comienzas a odiar al hacedor de consejos. Te das cuenta de que ha mentido y que tus valores han sido devorados por sus intereses. Te odias y encima el reloj no deja que el tiempo corra.

 

Inicias un recorrido por el pasado. Recuerdas días en los que todo se cumplía según los planes, lo que en parte los convertía en días aburridos. Todo salía según lo previsto y no veías el peligro por ningún lado. Después, un buen día, algo se tuerce. Una insignificancia, pero no sale según la idea original y toda la estrategia comienza a derrumbarse. Alguien, un nuevo fabricante de consejos, te dirá que te has hecho adulto y que ya está bien de soñar. Tal vez ya no sueñes, aunque el tiempo continuará sin acelerar. Quizá la solución esté en cambiar de reloj.

 

4.-

 

El día que inicié el viaje no utilicé el teléfono. No me despedí de nadie. No quería arrepentirme. El equipaje no requiere criterio alguno cuando solo quieres huir. El número de cosas imprescindibles se reduce inmediatamente. 

 

Mentiría si dijera que coloqué el teléfono en el fondo de la maleta. A lo largo de todo el día fue una tentación, algo que me decía ‘llama y deja que te convenzan’. No lo hice y todo lo que pasó después me transformó. A lo largo de la semana previa a la huida aprecié que mis palabras habían sido diferentes; eran las mismas de siempre pero sonaban –al menos a mis oídos- distintas. Nadie lo percibió, tan sólo yo me di cuenta de que ya no había marcha atrás.

 

5.- 

 

He leído en el periódico que es probable que nieve. Lo cierto es que me importa poco. Hoy he regresado a la ciudad y he escuchado un silencio que me ha atemorizado.

 

El genio no aparecía por mucho que frotaba la lámpara. Una vez más me quedaría sin mis tres deseos. Estaba acostumbrado. No es que me sintiera especialmente desafortunado, todo lo contrario. Tengo la sensación de que no he precisado de un esfuerzo exagerado para conseguir las cosas de las que he disfrutado. Hay quien dice que el único motor que existe es el destino. No lo creo, pero tampoco encuentro el instante para intervenir con decisión. Ahora tengo pánico a encontrarme con la gente que quería y dejé en mi ciudad. Me siento solo justo un momento antes de encontrarme con todo el mundo.

 

6.-

 

Por la mañana –con el primer café entre las manos - me convencí de haber regresado para encontrarme con ella, para volver a verla. Quizá debido a que siempre estuvo presente. Siempre le dediqué un rato, unos segundos, un instante y el esbozo de una sonrisa. Mientras observaba los restos del café en la taza llegué a la conclusión de que aquella noche no había bailado.

 

7.- 

 

Apagó el móvil y lo arrojó con rabia al mar. Desde el acantilado la lámina de agua surgía infinita e invitaba a dejarse mecer por las olas. Junto al teléfono se hundió su memoria y los contactos de todas las personas que hasta ese momento habían constituido, de una forma u otra, su vida. Cuarenta años resumidos en números de nueve cifras… muchos números, pero números al fin y al cabo.

 

Ella le observada desde un promontorio situado unos metros más atrás. Caminó hacia él despacio, desojando las florecillas que trepaban revoltosas a la altura de sus rodillas. 

 

- Ya no hay pasado.

- La isla es ahora nuestra casa, dijo ella.

 

Aquella era la segunda ocasión en que emprendía la huida. Era consciente de las amenazas que habitan en oscuros lugares interiores y también que de ésas, por más que corras, es imposible escabullirte por completo. Siempre están latentes. Ahora el viento golpeaba enérgico y rabioso su rostro. Habían sido días hermosos./J.M.



Autor: Javier Muro

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