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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

Suelas de alquitrán

Los pies pueden decir mucho de una persona pero sin embargo es el calzado lo que la define. Esa pequeña elección de accesorio hace de cada predilección un aporte de personalidad diferente. Por ejemplo, las personas que prefieren el naranja suelen ser más jocosas y menos serenas que las que se decantan por el azul, mientras que quienes escogen los tonos neutros buscan integrarse y pasar inadvertidos en la calzada.

 

Las observaciones minuciosas pueden divagar hasta el punto en que incluso la elección de la calidad sobre el precio puede hacernos discernir el status económico o social de cada viandante. Te lo dice un experto en la materia porque aunque no lo creáis me gano la vida observándolos.

 

Trabajar media jornada sentado, mirando a un monitor suena fascinante, aparenta un nulo esfuerzo físico, pero no es así. Si aprecias mínimamente tus ojos pronto temerás verlos claudicar en el reflejo gris de la pantalla; tras horas de fogonazos de luz azul, verde, roja, blanca y amarilla. El hastío pasa a llenar las tazas del desayuno. La satisfacción tarda en llegar al día a día y desde luego… mejor no hablar de la situación cervical y demás estragos posturales consecuencia de la escasa movilidad.

 

Además es una labor adictiva. Ningún libro logra atraparte entre sus páginas del mismo modo en que lo hacen centenares, miles de carreras de pies en una maratón incesante sponsorizada por la rutina y el estrés.

 

Me gusta imaginarme al propietario de cada par de ellos, ver las distintas etapas de la vida a ras de suelo. A la infancia calzada con manoletinas y zapatillas de velcro; a la adolescencia embutida en botas y versiones tobilleras; y al desfile de tacones y zapatos propios de la edad adulta.

 

Pero de entre todos ellos hay una pareja que merece especial mención.

 

Todas las mañanas a las nueve en punto, dos zapatos de charol granates, bases de unos pilares desnudos hasta el empiece de unas mallas de insectos que se posan por todo el perímetro de lo que ocupan, seducen a un servidor durante sus cinco segundos de gloria inmortalizada. El vestigio de una falda aletea, haciendo aún más grácil su movimiento. A veces las mallas desaparecen, a veces se tornan pantalones de pitillo e incluso una vez fueron de campana. Pero ni aun entonces pudieron ocultar los ya tan familiares, siempre brillantes y llenos de brío zapatos de charol bajo su cota.

 

Eran un ejemplo perfecto de un objeto contagiado por la personalidad de su propietaria. Dos retales de materias primas que encerraban un rumbo desconocido pero en apariencia tan vigoroso que infectaba con su simple avistamiento a cualquiera. Era un soplo de aire fresco, un arcoíris tatuado sobre una atmósfera apagada.

 

Da igual cómo la coloree en mi mente, unos tobillos así no pueden sostener más que a una mujer hermosa. Hermosa por su fuerza, por la seguridad que se impregna en mi monitor debido al ímpetu de su ritmo.

 

Su ausencia me clavaba un anzuelo que ningún arponero se atrevería a estirpar por miedo a desgarrarme. Me sentía como un niño pequeño esperando a la madrugada del día de Reyes para destapar el pastel, pero cayendo víctima del sueño antes de poder descubrirlo. El temor a toparme con ella fuera de mi turno, ya como iguales, y no poder reconocerla se  había desenmascarado tiempo atrás.

 

Esa noche la pasé exhausto. Mareado, harto de seguir enfrentándome a algo que no tenía remedio, que no podía ni quería controlar realmente. Nadie puede calibrar la intensidad de sus emociones. Pero ya no lo resisto más. Hoy pienso descubrirla. Quedan menos de cinco minutos para que sean las nueve, será mejor que me apresure. Dejaré el monitor encendido.

 

Las campanas tañían en punto cuando una pareja de zapatitos de charol ocuparon su puesto de honor entrando en mutis desde la derecha. Sin embargo se pararon en seco a los tres segundos de aparecer en pantalla.

 

Unas gastadas botas de montaña avanzaban hacia ellos tanteando sutilmente el terreno. 

 

Las botas se detuvieron a un metro escaso de ella.

 

Sin poder oír la conversación ya podía apreciarse el nerviosismo y la emoción que embargaban a aquel ajado par de calzado, pues sus punteras se arrastraban, apoyaban contra el suelo o se tocaban entre sí en un bucle constante. ¿Se parecería ella a alguno de los etéreos patrones que el joven abocetaba? ¿Cómo se estaría tomando ella el soliloquio de un joven desconocido que sin conocerla pasaba su tiempo atento al monitor, observándola?

 

Nada parecía pesar en general pues tras un largo rato, las punteras de ambos se rozaron de lado, avanzando juntos, en un beso con sabor a betún./Sofía Moreno (Sofía Moreno Web)

 

*Fotografía: Javi Muro



Autor: Sofía Moreno

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