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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

La soledad y el laberinto

La soledad esboza extraños laberintos. Fue dar un paso en el interior del meandro de rutas entrelazadas y comprobó que todos los caminos parecían el mismo. Columnas e hileras no mostraban diferencia alguna. Constató que dentro de aquel laberinto los puntos cardinales se difuminaban hasta esfumarse en una brújula de rotación infinita. Regresó la mirada atrás y evidenció que la puerta que acababa de atravesar formaba ya parte de un todo. 

 

Descansó con mimo sus manos en las barreras que definían los pasillos entrecruzados y, como si de una Alicia cayendo por la madriguera se tratara, las paredes tornaron en una sucesión de finos árboles que tejían una red interminable hasta donde su vista alcanzaba. Avanzó con cautela y se percató de una afable e impredecible sensación de seguridad. Confusión y seguridad. Nunca había experimentado una fusión de emociones semejantes.

 

Cada paso adelante era el mismo paso; cada retroceso era el mismo paso. Precisaba de un plan, necesitaba encontrar el hilo que seguir, deseaba hallar su camino de baldosas amarillas. Rendirse no era una opción, su deber era encontrar la sucesión de continuidad. Cinco árboles más allá -fuera norte o este, izquierda o derecha, no era capaz de discernir la orientación- descubrió una marca luminosa sobre el tronco de uno de los árboles. Caminó despacio. eliminado el espacio, supuso que el tiempo tampoco estaría activo. Una vez frente al espigado árbol observó las tres cifras reflejadas y reconoció su fecha de nacimiento. A tan sólo unos metros, una nueva señal llamó su atención, y después otra y otra. Fue deambulando por el laberinto siguiendo el ritmo de las marcas en los troncos. No todas las efemérides de su vida recordadas en aquel paseo eran para sentirse orgulloso. Ya no se sentía seguro; al contrario, necesitaba encontrar la salida. Realizó promesas en voz alta mientras giraba sobre sí mismo. Tras evocar sus días fuera de aquella emboscada de árboles y cubierta de perfecto cielo azul, su único plan era rogar piedad.

 

El cansancio y la desesperación le vencieron. El paso veloz de los coches y camiones que recorrían la autopista consiguieron despertarle. El calor levantaba el asfalto y el aroma a brea levitando le impregnó la nariz. Se incorporó, pasó su mano por la cara con el fin de recobrar la consciencia. Frente a él se extendía la inmensidad de hileras de árboles. El repiqueteo de los intermitentes, le alertó de la existencia cercana de su coche. Inspiró aire con el fin de activarse. Había comprendido el laberinto. No es posible encontrar la salida sin comprenderlo antes. El final del laberinto lo había devuelto a un nuevo punto de partida. Ahora debía aprovecharlo./Javi Muro

 

 



Autor: Javier Muro

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