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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

El Gigante

Le acompañaron hasta el acceso exterior del edificio y una vez allí comprendió que se enfrentaba a un gigante. Aquellos hombres le dijeron, debe acompañarnos; nada más, y él entendió que en aquel momento no existía alternativa. Tampoco le dejaron otra opción, con extrema facilidad le levantaron por las axilas y los trasladaron hasta un vehículo en el que esperaba, con las manos al volante, un tercer hombre, un trillizo trajeado de idéntico uniforme. Americana, pantalones negros, corbata y zapatos negros; camisa blanca. No le proporcionaron información alguna. Aun siendo desalojado por la fuerza, no sufrió lástima alguna. Eran buenos en lo suyo.

 

El edificio se erguía poderosos. Alzó la mirada y constató que en su parte más alta era muy posible que tuviera conexión con el cielo. La puerta, probablemente de acero, permanecía inmóvil. Buscó un timbre con el que hacer notar su presencia, pero no lo halló. Dudó si apelar con sus nudillos a quien estuviera en el interior. Dudó, y después se decidió. Llamó a la puerta, nada. 

 

El suave golpeteo generó una repercusión exagerada. Aquella leve llamada de atención ascendió in crescendo planta por planta al tiempo que los ventanales se iluminaban conforme el sonido superaba niveles. Quienes habitaran El Gigante ya eran conscientes de su presencia. La puerta continuaba cerrada. Tampoco encontró en la superficie lisa del portón algún tipo de cerradura o manilla que asir. Con las palmas de las manos sobre la puerta, retrasó un par de pasos sus piernas y comenzó a empujar con fuerza; nada, no cedía.

A su espalda, los trillizos lo observaban. Habían abandonado el interior del vehículo y descansaban acodados en la carrocería. Lo vigilaban sin demasiado interés, como si estuvieran seguros de que no trataría de emprender la huida a la carrera; como si supieran qué ocurriría con él. No supo explicarse a sí mismo el motivo, pero la actitud de aquellos tres tipos le tranquilizaba. Volvió a golpear la puerta. Nada. Había perdido la noción del tiempo. ¿Cuántas horas llevaba de pie frente al Gigante? Alzó la mano para dirigirse a los trillizos. Señaló la puerta al tiempo que se encogía de hombres y susurraba para sí: ¿Es aquí? No hubo respuesta, tan sólo lo observaban.

 

Comenzaba a percibir las piernas cansadas. El edificio se mostraba musculoso, vivo, inteligente; parecía disponer del poder para viajar al centro de la tierra o dispararse en un viaje intergaláctico. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué había hecho? ¿Cómo les había molestado? ¿Qué querían de él?

 

Sintió hambre cuando constató que el comenzaba a ocultarse. Era tarde. Llevaba frente a aquella puerta más de 12 horas. Decidió sentarse y apoyar la espalda en el Gigante. Fue entonces, cuando el edificio percibió la derrota, cuando los ventanales que recorrían la interminable fachada estallaron en una luz blanca que ocupó todo el espacio que su vista alcanzaba. Un instante después notó que era alzado de nuevo y conducido al vehículo. El viaje fue corto, le pareció mucho más breve que a la ida -dicen que siempre pasa. En esta ocasión uno de los trillizos bajó del coche y le abrió la puerta que daba acceso a la acera. Otro de los hombres le esperaba ya a medio camino del portal de su casa. Era el mismo tipo -en el caso de que algo los diferenciara- que aquella mañana le había comunicado que debía acompañarlos. Ha sido un aviso -alertó-, el aviso, no habrá más. Empujó la puerta del portal y está cedió al primer envite./Javi Muro

 



Autor: Javier Muro

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