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{VIVIR / VIDA EN LA CIUDAD}

Las excusas de un acusado

Habla Antonio, detenido como supuesto miembro de una mafia que explotó a 3.000 temporeros

Todo entorno a Antonio es desconfianza. Nos recibe educado, cordial, cortés, con una puesta en escena bien definida. Pero también con la cautela lógica de quien recibe en su casa a un extraño que quiere preguntar. Cada uno de sus pasos está estratégicamente diseñado, conforme a un guión que sólo le dejará caer en un leve desliz. Estrecha la mano dibujando media sonrisa, nada convincente; invita a subir por unas escaleras estrechas que llevan directamente al salón de una casa de pueblo que refleja el paso de los años pero que Antonio y su familia se empeñan en mantener decente.


Antonio fue detenido junto a otra veintena de portugueses en 2008 por varios delitos contra los derechos de los trabajadores; por amenazas; por agresiones, por secuestros; por formar parte activa de un clan familiar, el de un cabecilla apodado Bimba cuya sede central fijó en el corazón de La Rioja Alavesa. Una red mafiosa que llegó a explotar hasta tres mil temporeros, la mayoría de ellos portugueses. Cuatro años después, Antonio, al igual que sus compañeros de fechorías, sigue a la espera de juicio en Oporto por la denominada Operación Libertad.


Pero muchas cosas han cambiado desde entonces. Antonio ha roto relaciones con su antiguo jefe y familiar directo, Bimba. O éste las ha roto con él. También con otros miembros del clan mafioso. Antonio no habla bien de Bimba, algo impensable hace unos años. Disputas familiares surgidas quizá del control de los diferentes municipios, quizá por reproches lanzados entre ellos ante la detención simultánea de varios de los pilares de este clan. Cuando las cosas iban bien, los beneficios económicos tiraban de una inercia que evitaban los chispazos. Tras las detenciones y la desarticulación del clan familiar, las relaciones han adoptado otro cariz. Hasta el punto que Antonio llegó a denunciar ante la Guardia Civil a uno de los antiguos miembros del clan de Bimba nada menos que por asesinato.


Ya en el salón, Antonio presenta a su mujer y a sus hijas, acomodadas en el sofá. Invita a sentarnos en una mesa alargada, tipo bodega. Saca unos vasos de agua y abre una botella de vino cosechero sin etiqueta. Sirve sin preguntar. Mientras tanto su mujer, con despistada atención, prepara un café portugués en la cocina.


Por la temática a tratar, invitamos a Antonio a dar un paseo por las viñas que se pierden en el paisaje y evitar así el compromiso de hablar delante de sus hijas. Él prefiere continuar en casa, con su familia de testigo, siguiendo su guión, el cual le servirá para agrandar su imagen honesta, humilde, delante de los suyos. O bien, sencillamente, para  sentirse arropado por los suyos.


No tarda en cargar contra los periodistas que informaron sobre la ‘Operación Libertad’. En lo exagerado de las noticias que salieron a la luz y que ganaron titulares en los principales medios españoles y portugueses. No defiende al clan familiar. Pero sí a él mismo. Le preguntamos por todas las denuncias de temporeros que recibieron severas palizas a lo largo de los años. “Al menos yo no. Jamás he pegado a nadie”, continúa. ¿Pero tienes constancia de que otros si lo hacían?. “Alguna vez se ha oído algo, si”. ¿Y armas?, preguntamos. “No”, responde. “Algunos sé que llevaban…pero yo no”, matiza con un hablar relajado y distante.


¿De dónde sacabais tanto temporero? ¿Los captabais en Portugal? “No, nunca he traído a nadie de Portugal”, explica. ¿Alguien los traería o venían solos en busca de trabajo? “No sé”. ¿Y dónde duermen los temporeros? “Los míos aquí en casa, en la parte de abajo”. En este punto Antonio se explaya y matiza que siempre contrataba portugueses porque “los musulmanes miran mucho a las mujeres y no quiero que mis hijas tengan problemas”. No nos muestra la parte de abajo de su casa de dos plantas, aislada, en un pequeño municipio dedicado tradicionalmente a la viña y al vino. Evidentemente no tiene por qué hacerlo.


¿Cuántos temporeros sueles contratar? “Una cuadrilla”, responde. Le preguntamos sobre Bimba. En los informes de la investigación se dice que Bimba movía hasta doscientos temporeros. “Si, Bimba movía muchos”. Y ¿dónde los alojaba? “En un pabellón”. Posteriormente, tras preguntarle por el pabellón, Antonio matiza que “está preparado con camas y en buenas condiciones”.


Los temporeros comían, tal y como cuenta Antonio, en el mismo salón en el que hablamos con él. Lo hacían en turnos y cocinaba su mujer, compartiendo mesa y mantel, explica, contradiciendo los informes elaborados en el seno de la investigación.


Antonio se sabe las preguntas, y las respuestas. De hecho, está usando la conversación para ratificar su inocencia delante de sus hijas. Eso, o sus hijas, amables y sonrientes, al tanto de todo, forman parte de la estrategia diseñada para salvaguardar su inocencia.


Su mujer sirve un café portugués negro, grueso, potente. ¿Y cuánto le pagabas a los temporeros? Antonio habla de una cifra bastante inferior a la que marca el convenio. Quizá porque en la diferencia, entre los que Antonio cobraba al propietario de la viña y lo que él pagaba a sus temporeros, de la que parece no ser consciente, estaba su beneficio. Fue su único desliz.


Antonio es consciente de que golpear o amenazar a alguien está penalizado por la Justicia. Pero parece no serlo tanto cuando de derechos laborales se trata. Más aun cuando estos temporeros, sacados literalmente de los suburbios de Tras os Montes, drogadictos y alcohólicos en muchos casos, con taras y minusvalías en otros, debían permanecer inmóviles, sofocando cualquier síntoma del rebeldía a través de la política del miedo.


Antonio sabe que estas mismas preguntas se las formuló el equipo de la Guardia Civil que le siguió durante años. El equipo que posteriormente le detuvo y le derivó al juzgado de Oporto. Un juzgado que recibió de España unas cuantas pruebas en su contra. Y un tribunal que juzgará  a Antonio, entre otros muchos, si resuelve ciertos problemas ajenos a la exhaustiva investigación desarrollada por la Guardia Civil.


Tras un rato de charla, interrumpida por ciertos silencios relativamente incómodos, Antonio nos acompaña a la calle mientras nos entrega una botella de vino, como el mejor de los anfitriones. Al mismo tiempo, expresa sus deseos de que la Guardia Civil detenga a aquel miembro del clan de Bimba acusado por Antonio de asesinato.


Antonio ejemplifica el decaer de una mafia organizada, de una familia cuya pirámide pierde, al menos, alguno de sus escalones. Antonio salva su trasero reconociendo hechos siempre en manos de otros, precisamente de sus antiguos compañeros de batalla, nunca en carne propia.


Hace unos meses, cuando tuvo lugar este encuentro con Antonio, la mayoría de los detenidos en la Operación Libertad seguía trabajando en la misma zona y dedicándose al trabajo de la tierra, si bien, en una situación bastante más próxima a la Ley. El zarpazo definitivo está en el tejado de un juzgado de Oporto que tiene en sus manos la posibilidad de terminar con el clan de Bimba, o al menos, lo que queda de él./R. de Miguel

@Robdemiguel

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