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{VIVIR / DISEñOS Y ARQUITECTURA}
'Soy ateo, pero como arquitecto me hubiera gustado proyectar una iglesia'
José Miguel León es arquitecto, miembro del equipo que proyecto la ampliación del MUseo de La Rioja
José Miguel León es arquitecto y al poco de iniciar la conversación ya menciona la impronta social que cree que debe acompañar a su profesión, al menos a la que el proyecta. La entrevista se desarrolla en 'Planta Baja' el espacio cultural que junto a su hija Aurora ha abierto en la calle Cigüeña de Logroño. Allí, entre los muebles y las viñetas 'años 70' que forman la exposición inaugural, José Miguel habla de una arquitectura que tiene que ser firme, útil y bella. Recuerda una y otra vez a sus dos grandes referencias, los arquitectos Rafael Moneo y Gerardo Cuadra y el lápiz y el papel como elementos indispensables para dar una vuelta de tuerca más a cada idea y cada proyecto antes de pasarlos por el perfeccionismo de las nuevas tecnologías. Ha visto banalidad en algunos arquitectos estrella, aunque reconoce que su explosión ha permitido a mucha gente acercarse a la arquitectura. Defiende lo social y no duda en criticar el seguidismo que muchas ciudades hicieron del modelo Guggenheim y fracasaron. "El Guggenheim ha metido muchos goles y el Centro del Vino de Logroño no ha metido ninguno"./Javi Muro
SPOONFUL.- ¿Siempre pensaste en ser arquitecto?
Bueno, supongo que coincidieron varias cosas. En principio, el recuerdo que tengo es que me llamaba bastante todo lo que tenía que ver con el dibujo y además, mi padre era constructor… No me influyó mucho a la hora de tomar la decisión de lo que quería estudiar, pero sí es verdad que me gustaba de siempre el dibujo, siempre estaba dibujando… dibujo artístico, mis pequeños tebeos, croquis de cosas de las calle y me empezaba a gustar todo lo que tenía que ver con las casas, supongo que también, aunque no hubiera una influencia directa sí existía un proceso de osmosis y lo que se vivía en casa… antes de los 15 o 16 años yo ya jugaba entre montones de arena… y después… yo y mis amigos disfrutamos de nuestros primeros chamizos en las plantas bajas de los edificios que estaba construyendo mi padre. Era una especie de proximidad con lo que era la construcción. Además, mi padre tenía querencia porque estudiara en Barcelona porque allí teníamos un familiar y eso me decantó más… y resultó fantástico.
S.- ¿Qué te atraía de la arquitectura?
Bueno… el primer año debo reconocer que la relación con la arquitectura –pienso que nos ocurría a todos- y con los grandes arquitectos era escasísima. Lo que habías estudiado antes en el colegio tenía que ver más con Historia del Arte, la Historia de la Arquitectura se tocaba muy poco. Algo había leído, pero de los clásicos… del comienzo del siglo XX y en especial del modernismo, que además en Barcelona era una referencia obligada. Enseguida me interesó el movimiento racionalista, porque era un estilo diferente, que tenían concomitancias con la época de la República y con una preocupación social. Coincidió también con mi formación ideológica, yo en Segundo ya era delegado de curso en un sindicato democrático de estudiantes. Estuve en al ‘capuchinada’, aquella famosa asamblea de estudiantes para la formación del ESDEU. Había una relación próxima entre ciertas corrientes arquitectónicas y la forma de concebir la sociedad.
S.- ¿Y al desarrollar la profesión, fue como imaginabas en la universidad?
(Se ríe)… no, luego no es parecido. Date cuenta que yo empecé en la universidad con el nuevo plan de estudios del año 1964. Fue un plan duro, empezamos primer curso doscientos y pico y pasamos a Segundo, veintiocho. El primer gran error que nos transmitieron y que en aquella época todavía estaba justificado porque los tiempos eran los que eran. Recuerdo que en la Escuela de Arquitectura nos dijeron una frase: que estudiábamos para ser grandes genios, porque un arquitecto lo mismo podía diseñar una cucharilla que un plan de prbanismo para una ciudad de dos millones de habitantes. Qué es verdad, hay grandes arquitectos que han realizado diseños impecables de objetos mínimos y grandes estudios urbanísticos… principalmente, los grandes maestros. Pero, la frase era lamentable porque la mayor parte de los arquitectos nos somos Le Corbusier y ese es un problema que todavía se arrastra y se extiende desde las escuelas de arquitectura y luego la realidad es muy dura y muy diferente a ese planteamiento. Mi primer trabajo fue un informe sobre las deficiencias de una vivienda. Tuve la suerte de empezar a trabajar ligado al estudio de Gerardo Cuadra y ahí se hacía buena arquitectura, proyectos interesantes… colegios y viviendas que tenían sustancia. He tenido mucha suerte en mi carrera, porque después he compartido estudio con otro gran arquitecto como Javier García.
S.- ¿Parece un mundo complicado?
Los compañeros nos hemos ido aportando cosas en una realidad muy contradictoria en la que los intereses económicos son muy fuertes, te marcan negativamente, y donde el desdén por el diseño y la buena calidad ha sido y sigue siendo muy habitual, prima el beneficio respecto a las cosas bien hechas, no hablo de obras maestras, sino de cosas bien hechas.
S.- ¿Has tenido influencia de otros arquitectos al desarrollar tu carrera?
He tenido una gran suerte –aunque suene pretencioso-, con treinta y pocos años conocí a Rafael Moneo porque aunque no era mi profesor acudía a sus clases y cuando llegó a Logroño para desarrollar el proyecto del Ayuntamiento establecimos una relación fluida. Tras terminar el proyecto del Instituto de Formación Profesional Cosme García, junto a Javier García y Rafael Alcoceba, me cogí unas pequeñas vacaciones y me fui a Madrid y allí solicité a Moneo trabajar en su estudio. Esto que suele hacerse nada más salir de la universidad, yo lo hice casado, con una hija, y con estudio propio. Dejé temporalmente Logroño y comencé a trabajar en el estudio de Moneo. Su magisterio, su estilo, el trabajar observando, me ha transmitido, no tanto una forma de saber hacer las cosas –eso es muy difícil- como una capacidad de reflexión, de darle una vuelta de tuerca más a las cosas. La obra de Moneo no es de tampón. Los edificios de Ghery son reconocibles porque repite el estilo en sus diferentes actuaciones. No ocurre así con Rafael Moneo, su obra es menos reconocible porque responde más a la esencia del proyecto, sus proyectos tienen algo que ver pero son diferentes. También, sin duda, he sentido la influencia de Gerardo Cuadra.S.- ¿Y de las otras artes, también has tenido influencia?
Debo que reconocer que hice unos pinitos en el mundo del dibujo, con algunos compañeros del colegio solíamos pintar. Después ya, con la carrera hecha o al final de la carrera, me sentía muy próximo a lo que se denomina el lenguaje contemporáneo artístico. Creo que en un principio, el arquitecto debe responder con su obra, no a los prototipos, sino a su momento con un lenguaje contemporáneo, tanto en la obra de nueva creación como en las actuaciones de reformas y ampliación, sabiendo que dosis de cada cosa es necesario aplicar. Pienso que un arquitecto actual sobre la idea, por ejemplo, de una iglesia debe trabajar en clave contemporánea, al igual que en el Barroco actuaron con respecto a las claves de su tiempo. Por ejemplo, cuando ganamos el primer concurso que se formalizó para la recuperación del Monte Cantabria –con Javier García, Nacho Martínez y Nacho Quemada- el planteamiento fue absolutamente deudor de la corriente artística de intervención sobre el paisaje, sobre la tierra. Me han interesado mucho siempre las corrientes vinculadas a las primeras décadas, el neoclasicismo, el cubismo, el constructivismo ruso, aquellas que fueron una revolución en el mundo artístico y que tuvieron también una gran relación con la arquitectura de su época. Y de las contemporáneas, el minimalismo. Ahí sí que me he sentido próximo. Artistas como Richard Serra no son sólo grandes escultores, intervienen en el espacio y eso es algo muy común con la arquitectura.
S.- ¿La arquitectura es funcionalidad o es arte?
Bueno, la arquitectura tiene una definición clásica que sigue vigente que dice que tiene que reunir tres características, que sea firme, que sea funcional y que sea bella. La arquitectura no puede carecer de algunas de estas características. Desde el primer trazo del dibujo –hablo del croquis, de lápiz- tienes que ir entrelazando estos valores. A estos elementos hay que unir algo esencial, la relación con el lugar. No es posible que el Guggenheim de Bilbao, que a mí me parece un edificio interesante, sirva igual para la ría de Bilbao que para un paraje arbolado. Es lo que decía Rafael Moneo, la atención al lugar es un elemento determinante, como lo son en estos momentos los planteamientos económicos. A mí me parece escandaloso las noticias que llegan de obras que han superado en no sé cuantos tantos por cien el valor teórico de los proyectos. Soy consciente y tengo en mi haber diferencias presupuestarias, pero vamos a ver, tengo una escala… no puede ser que digas que una obra cuesta diez y cueste cuarenta. Se está atentando contra la lógica que hace viable esa construcción. Esa actitud de tira, tira, que eso es gratis… qué fácil es disparar con pólvora ajena.
S.- ¿Crees que a pesar de la crisis persiste esa tendencia?
Creo que estamos viviendo unos años en los que se ha detenido esa idea de “… y yo más todavía”… eso que nació con el Guggenheim de Bilbao de que cada ciudad tenía que tener un edificio muy llamativo para atraer la atención y que vaya gente. Al final suelen ser llamativos por tener un coste excesivo, en vez de haber diseñado un edificio sostenible, ecológico… conceptos que también los veo con prudencia. Hemos pasado de una época de grandes gestos a una etapa de especial atención al diseño, que está muy bien, pero es que a veces se diseñan unas cosas… se diseña a veces con una exageración que salta la escala. Por ejemplo, se diseñan o rediseñan portales de edificios que son tan relamidos que parecen cafeterías de lujo.
S.- ¿Sientes presión como arquitecto al ubicar un edificio en un espacio en el que se va a mantener durante décadas?
Es una responsabilidad fuerte. La presión comienza desde el momento en que hay un encargo. Nosotros hemos tenido clientes que venían con el proyecto tan hecho que acudían con una maqueta y pretendían que reprodujésemos eso. Hemos tenido que explicarle que igual que cuando vas al médico no le dices de qué tiene que operarte, sino que le detallas la sintomatología, pues con un arquitecto sucede parecido, yo les pido a los clientes que me cuenten qué necesitan, que quieren, y en un diálogo entre los dos encontraremos las soluciones. Por explicar esto, a veces he perdido clientes. Luego está la presión de uno mismo, porque un edificio perdura durante mucho tiempo.
S.- ¿Hay arquitectos estrella? y ¿es bueno que los haya?
Creo que hay arquitectos estrella y creo también que en las últimas décadas han sufrido un proceso de banalización y han pasado a formar parte de la imagen consumista de la sociedad. De pronto, al igual que sucede con los artistas de cine, que los ves anunciando productos en la televisión, te encontrabas arquitectos en las portadas de las revistas siendo, por ejemplo, modelos de ropa o de casas famosas. Igual que sucede con los deportistas. Desde ese punto de vista, se ha hecho daño porque ha banalizado la arquitectura. Pero lo que sí hay es muy buenos arquitectos, que se les llama arquitectos estrella, de los cuales no se puede dudar ni de su obra ni de su valor didáctico como referencia social y para otros arquitectos. Hay personas en las que todo coincide, ya que no sólo tienen un gran valor intelectual sino también un gran don de gentes y saben transmitir muy bien. El problema no es que hay arquitectos estrella, sino que se haya creado todo este mundo de fanfarria alrededor.S.- Por un lado está la banalización, pero también es cierto que a las personas que no tenemos grandes conocimientos arquitectónicos también nos ha servido para acercarnos a la arquitectura, ¿no?
Efectivamente, en ese sentido ha habido un gran interés. Ahí tienes toda la razón. Quizá, lo que sí sería importante es separar el polvo de la paja. Es muy importante la divulgación y la didáctica de la arquitectura y desde ese punto de vista yo me siento comprometido a lo largo de mi carrera haciendo, lo que yo llamo, pedagogía de la arquitectura a través de paseos urbanos. Creo, estoy convencido, de que es muy importante que la arquitectura no se convierta en un reducto de los arquitectos, la arquitectura para bien y para mal la sufrimos todos los ciudadanos. Hay que hacer partícipes a los ciudadanos. Lo importante es que la gente no se quede sólo con el ruido.
S.- Ahora, quizá a raíz de la crisis, parece que esos proyectos de edificio icono o símbolo han quedado atrás, ¿no?
Sí, sí. Quizá la crisis lo mejor que ha tenido es que ha obligado a paralizar cierta dinámica que había de crecimientos y desarrollos urbanísticos absurdos, como que una ciudad crezca el doble de sus necesidades, como Logroño. Ha pasado en Logroño, donde hay entre 17.000 y 20.000 pisos vacíos, y como Logroño, todas las ciudades y todos los pueblos. Esto la crisis lo ha puesto en su sitio.
S.- También la crisis parece que ha despertado en los planteamientos arquitectónicos nuevas ideas…
Esta es una crisis fundamentalmente económica, que ha paralizado a mucha gente y que bajo el escudo del 'no tenemos dinero' está generando situaciones increíbles, personales, familiares y laborales… también en la promoción de las cosas. No hay dinero, luego no podemos hacer grandes obras. Las que estaban empezadas las mantenemos porque esto es como una especie de pulso de fuerza, nuevas no se empiezan y se buscan soluciones más apañadas. Esto que sucede ahora está bien, pero claro, es que tendría que haberse hecho así desde hace años. No me vale que el Gobierno diga ahora que ha ahorrado millones de euros en luz, en coches y en no sé cuantas cosas más, es que eso se tenía que haber hecho desde hace años; no hace falta una crisis para gastar en la medida de las necesidades. Es un aspecto que no está mal, digamos que la crisis tiene algo de positivo. El otro aspecto es que nos ha hecho a todos replantearnos ciertas actitudes y ver la realidad con ojos más críticos, ir a planteamientos más económicos, pero no sólo en materiales, sino también en las ideas. Es que ha habido edificios que no tienen sentido, que se han construido desde el pulso de quién lo hace más grande, que luego suelen ser los edificios que empiezan a crear problemas.S.- El modelo del Guggenheim tuvo éxito y todos quisieron copiar…
Sí, sí, sí, eso está comprobado en los análisis urbanos y sociológicos. Bilbao ha rehecho su imagen con el Guggenheim y además, la tiene tan bién hecha que al final aquel chiste que se contaba mientras se construía ha sido cierto. Aquello de: “¿Sabes que el Guggenheim nos va a costar no sé cuantos millones?, Bueno, mientras meta goles”. Pues así ha sido, ha metido muchos goles. Lo que pasa es que en Logroño el Centro del Vino no mete ningún gol y no porque esté mal planteado, sino porque está fuera de escala. No se pueden convertir todos los lugares en parques temáticos. Tengo amigos de Barcelona que están ya hartos de que la ciudad sea un escenario de turismo cultural, especialmente porque no es tan turístico ni es tan cultural. Ha repercutido en que la ciudad sólo se mueve en parámetros turísticos y, por ejemplo, en la subida del precio de los alquileres; se está expulsando a la gente que vivía en ciertas zonas.
S.- Cambiando un poco de tema, ¿Cuál es tu proceso creativo?
Principalmente el trabajo. Los que no somos genios de ideas brillantes tenemos que trabajar mucho. Incluso grandes arquitectos como Rafael Moneo son personas muy trabajadoras. Eso la aprendí en su estudio. Empiezas a trabajar en el proyecto y poco a poco van surgiendo imágenes, saltan chispas de cómo crees que podía ser la volumetría, al mismo tiempo estás pensando en qué tipo de paisaje rodea al edificio, por dónde vas a pasar los tubos, las instalaciones. Para ese bombardeo de ideas resulta muy útil trabajar con el papel y el lápiz, porque a diferencia de las nuevas tecnologías, te obligan a pensar a un ritmo determinado. Dibujar un croquis, pasarlo de escala, volver a dibujarlo, hay un momento en que puedes estar dibujándolo y ver cómo puede ser el paso siguiente; un proceso en el que te vas alimentando constantemente. Algunos arquitectos jóvenes con el manejo del ordenador obtienen un dibujo tan acabado, que te ofrece tal realidad, tal capacidad de creer que ya está hecho el plano, que puedes llegar a pensar que ya está acabado el proceso. El croquis es menos preciso, pero te permite cuestionar siempre lo que estás haciendo.
S.- ¿Qué compromisos debe de tener un arquitecto a la hora de abordar un proyecto?
¡¡¡Uff!!!... una pregunta complicada, puedo decir los míos, que seguramente servirán también para otros. Tienen que ver con lo que hablábamos antes, con la firmeza, la utilidad y la belleza. También con lo que he aprendido de Rafael Moneo y con Gerardo Cuadra, que es el empleo de materiales e introducir variantes en su uso. Y también, en mi caso, está el compromiso social, entendido con estar muy atento al cliente y a la sociedad. A veces cliente y sociedad no son lo mismo; el cliente quiere una cosa y la sociedad agradecería otra y la sociedad es mucho más amplia que el cliente. Un compromiso también ideológico, estoy a favor de lo social y estoy a favor de lo público. Entiendo muchas cosas que funcionan alrededor de la arquitectura desde una perspectiva de predominio del bien público. Por ejemplo, en el Casco Antiguo está muy bien que intervenga la iniciativa privada, pero ante situaciones de dudas es el Ayuntamiento el que tiene que intervenir, porque ante un problema la iniciativa privada lo va a resolver bajo la ley del beneficio económico… lo que puede chocar con los intereses de la sociedad en términos de conservación del patrimonio.
S.- ¿Tienes algún edificio que te hubiera gustado diseña, que digas éste me hubiera gustado dibujarlo a mí?
Más que un edificio tengo un tema, un tipo de edificio que me gustaría proyectar es un iglesia. Lo digo con absoluta naturalidad, yo soy ateo, y soy íntimo amigo de un arquitecto sacerdote como es Gerardo Cuadra y nuestras diferencias no han creado distancias. Nos respetamos. Siempre he pensado que para proyectar una iglesia no hay que ser un gran creyente, sino un buen arquitecto. Si además eres creyente, pues seguramente habrá corrientes que fluyan muy bien. Los ateos no estamos por la labor de quemar las iglesias, sino por la labor de entender. Yo entiendo perfectamente el misterio de la luz para los creyentes, lo percibo y defiendo que las iglesias, los templos, deben de tener unas cualidades especiales porque son lugares de recogimiento, de un diálogo intimista, y tienen poco que ver con otros edificios, pero no hace falta ser creyente para entender eso.
S.- ¿Y de los tuyos, de tus proyectos…?
Soy el mayor crítico de mí mismo. Tengo cariño a algunos proyectos de los que también descubro sus carencias. Recuerdo con cariño el proyecto del Ayuntamiento de Ortigosa, el Centro de Salud Espartero en Logroño, y el Edificio Quintiliano para la Universidad de La Rioja. También le tengo mucho cariño a la Casa de los Periodistas en Logroño porque fue hecho codo a codo con los clientes. Estoy muy satisfecho de la ampliación del Museo de La Rioja, un proyecto que me ha supuesto mucho dolor interior por la parte del edificio ya existente, tengo muy mal recuerdo de la relación con el Ministerio de Cultura, creo que fue muy mal cliente, especialmente un técnico del ministerio que ya está jubilado y que fue un factor nefasto para la obra de rehabilitación, donde se ha gastado más dinero que el que hacía falta gastarse.
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