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{CULTURA / LIBROS}

'Lo único que el sistema no puede controlar es a un individuo sin miedo que ya lo ha perdido todo'

'Justo' es la nueva novela del escritor Carlos Bassas

Carlos Bassas del Rey (Barcelona, 1974) es escritor y Licenciado en Periodismo y Doctor en Comunicación Pública. Compatibiliza la Literatura con la docencia como profesor de Guión Audiovisual y Dirección-Realización en la Escuela de Imagen y Sonido CTL de Pamplona, así como en el Taller de Creación audiovisual Historias mínimas en la Universidad Pública de Navarra. Tras 'El honor es una mortaje', 'Mal Trago' y 'Siempre pagan los mismos' -sus novelas de la serie del inspector Corominas-, a las que se suman 'El hombre sin nombre' y la serie 'Aki Monogatari', Carlos Bassas ha escrito 'Justo', un paso adelante como escritor, como el mismo describe, "un salto al vacío' desde el punto de vista de abandonar mi zona de confort. Quería saber -describe- si era capaz de escribir una novela absolutamente distinta a lo que había hecho antes". No sólo lo ha sido, sino que la crítica y los lectores aseguran que el resultado es extraordinario. 'Justo' es una novela hipnótica, de las que enganchan, narrada en primera personas, con un estilo directo, conciso y poético. Justo Ledesma, el protagonista de la novela de Bassas, recuerda que cuando uno llega a cierta edad deja de tener miedo, rompe con las cadenas que el sistema le ha colocado alrededor del cuello. Habla Bassas de la Educación, la hipoteca, los préstamos, el empleo, las pensiones, el pánico a perder el supuesto estado de bienestar.../Javi Muro

 

SPOONFUL.- “Para hacer justicia hay que ser implacable y los buenos son débiles, pusilánimes, incapaces de hacer lo que hay que hacer”… toda una declaración de intenciones…

Depende de cómo entiendas el concepto de Justicia. Mi personaje vive en la creencia de que es un Justo elegido por un Dios más tirando al del Antiguo Testamento; tiene un concepto directo, implacable de Justicia, y para impartir ese tipo de respuesta, uno debe ser muy frío, incluso brutal a veces, porque ese tipo de justicia no entiende de atenuantes, de errores, solo observa la falta y aplica una respuesta definitiva. Él ha sido criado en esa creencia por una madre algo perturbada, y es lo que hace. Aquello para lo que ha sido preparado.

 

S.- ¿Qué historia nos encontramos al adentrarnos en las páginas de ‘Justo’?

Nos vamos a encontrar dos caminos. Por un lado, el de esa trama de justicia y venganza; por otro, el de la mirada nostálgica, dolorosa, de un viejo cabreado cuyo mundo lleva años desmoronándose, esa Barcelona de barrios gentrificados a los que les han robado la identidad. Justo pasea por sus calles y se da cuenta de que ya no son eso, sus calles; su ciudad, todo ha cambiado. Y no le gusta.

 

S.- Justo Ledesma, el protagonista de la novela, ha tratado de ser justo a lo largo de su vida, de cumplir el cometido encomendado de mantener el equilibrio entre el bien y el mal, pero llegada la hora de la jubilación…

Sabe que su final está cerca, por eso precipita una venganza que lleva años sin poder llevar a cabo gracias a un cambio de fortuna que le revela la identidad de alguien. Y es precisamente esa posición en la que se encuentra, la de ser un tipo mayor, un viejo prescindible para la sociedad, invisible, la que le da una visión dura y certera de cómo son las cosas. Cuando uno llega a cierta edad, deja de tener miedo, rompe esas cadenas que el sistema ha colocado alrededor de su cuello y muñecas desde que era niño. Una cadena de miedo, sobre todo a perder cosas, y cuyos eslabones son la educación, la hipoteca, los préstamos, el empleo, las pensiones, el pánico a perder el supuesto estado de bienestar que el status quo ha tejido a su alrededor para protegerse a sí mismo. Lo único que una sociedad no puede controlar es a un individuo sin miedo que ya lo ha perdido todo.

 

S.- ¿Cómo surge el deseo de escribir ‘Justo’? ¿Hay algo de rebeldía literaria, de insatisfacción social?

Surge de querer dar un paso hacia delante como escritor, de la voluntad de saltar al vacío para probarme a mí mismo, para descubrir si soy capaz de salir de mi zona de confort, la saga policial del inspector Corominas. Por eso decidí escribir una novela absolutamente distinta, sin planificar, escrita en primera persona y con una voz, una mirada y un personaje que no tuvieran nada que ver con lo que había escrito hasta entonces. Es un reto literario, también a nivel de construcción y de uso del lenguaje. Justo es, sobre todo, la búsqueda de un modo de contar directo, descarnado pero poético y bello a la vez: buscar el sustantivo preciso en cada frase, el verbo adecuado, no otro, el adjetivo, si procede, perfecto, sin artificios.

 

S.- ¿En pleno siglo XXI y cuando contemplamos la impunidad que acompaña las actuaciones de ‘algunos’ -siempre los mismos, por lo general-, aún creemos como sociedad en la Justicia?

La sociedad tiene un concepto erróneo de lo que es la Justicia. Los tribunales no imparten esa Justicia que muchos tienen en la cabeza, sino leyes. Y las leyes son normas emanadas de un Parlamento formado por políticos, que son personas con una ideología determinada que legisla en función de sus creencias ideológicas, éticas, morales, religiosas personales. Y los jueces que tienen que aplicar esas normas también tienen creencias propias a todos los niveles, de modo que interpretan y aplican esas normas según sus criterios propios, leyéndolas e interpretándolas en un sentido u otro. Como sociedad coincidimos en algunas de esas normas, las más básicas —como la prohibición de matar a otro semejante—, pero hay muchísimas más en las que disentimos: es ahí donde se produce esa fractura entre Justicia y Ley. Y no es hasta que suceden determinadas cosas que mucha gente se da de bruces con esta verdad: puede haber leyes injustas. De hecho, las hay. Un ejemplo: hoy vivimos en un país en el que la libertad de expresión, pilar básico y fundamental de un Estado de Derecho, está amordazada, maniatada y en pelotas, pero la Ley de Seguridad Ciudadana aprobada por el PP en marzo de 2015 es perfectamente legal y democrática —surge de una mayoría legítima tanto en el Congreso como en el Senado—, lo cual no quiere decir que sea justa. Aunque una parte de la sociedad piensa que sí.

S.- ¿Existe un deseo ciudadano -adormilado quizá- de llegar a donde la Justicia no llega, no se atreve a llegar, o no quiere llegar?

En toda sociedad siempre hay un grupo de gente, a veces minúsculo, otras más grande, que lucha por cambiar las cosas. Gente que no se resigna, que no está dispuesta a callar y sobre la que el sistema, el Estado, ejerce toda su presión legal y democrática, su poder, con violencia legitimada por un proceso electoral incluso. Cuando introducimos una papeleta de voto en una urna cada cuatro años estamos decidiendo una cantidad de cosas inimaginables que nos van a afectar de un modo directo en el día a día, pero no somos conscientes o no queremos serlo porque, en muchos casos, algunas de esas políticas futuras ya están contenidas en los programas electorales de los partidos. 

 

S.- De alguna manera, Justo Ledesma es ese ciudadano ‘insatisfecho’ con la justicia, con la justicia social, es juez y justiciero…

Justo cree que ha sido legitimado por Dios para impartir Justicia, y eso pasa por ejercer una violencia selectiva, directa y brutal. Pero lo hace de un modo discreto, callado. La palabra ‘justiciero’ es muy significativa, porque es la propia sociedad la que llama así a aquellos que esquivan un sistema legal, penal que creen débil, injusto, permisivo, para ejercer esa justicia que muchos comparten en su fuero interno. No se les llama asesinos generalmente, sino precisamente ‘justicieros’, impartidores de justicia. En algunos casos, incluso, se convierten en héroes populares. 

 

S.- Del mismo modo, a veces da la impresión de que creemos en la Justicia si sus decisiones coinciden con nuestras opiniones, ¿no?

Claro. A eso me refería antes. Todos tenemos una forma de pensar, una ideología, una moral, una ética, y si una ley se aparta de esa forma personal de entender la justicia, la consideramos injusta. La clave para controlar a una sociedad es la educación, formar a ciudadanos que coincidan con tu manera de pensar desde pequeños, de modo que se forme una masa social cada vez mayor afín a tus principios y creencias. Cuando accede al poder, cada Gobierno cambia la ley educativa anterior precisamente para eso, lo que se llama hacer una reforma educativa. En los últimos 40 años, España ha tenido siete leyes educativas diferentes: la LGE, la LOECE, la LODE, la LOGSE, la LOCE, la LOE, la LOMCE… Quien controla la educación, controla a los ciudadanos.

 

S.- …porqué ¿somos justos?

Creo que lo somos en lo muy básico y elemental. A partir de ahí, la cosa varía mucho. Puedes tener un concepto de justicia como el de Justo u otro muy diferente. Pero me da la sensación de que echando un vistazo a nuestro alrededor, la cosa podría mejorarse bastante. 

 

S.- … y en una sociedad como la actual, lo importante es ser justo, que se conozca que eres justo, o aparentar que lo eres… ¿Ser justo depende de la opinión que los demás tengan de uno?

No. Justo tiene su propio concepto de Justicia, que cree verdadero, emanado directamente de Dios, y que aplica en silencio, en secreto. Protege su identidad como uno de los 36 Justos porque es consciente de que, de saberse quién es, su misión correría peligro. Él es un tipo discreto. No le importa lo que piensen los demás ni siente la necesidad de justificarse. Aunque, en algún momento de debilidad lo comparta con los pocos seres cercanos que le acompañan. No deja de ser un ser humano con sus necesidades y debilidades.

 

S.- Obviamente, la novela está escrita mucho antes de que los jubilados españoles se levantaran contra el Gobierno para exigir unas pensiones justas, pero a día de hoy quizá no es complicado realizar alguna analogía…

Sí, escribí la novela hace más de un año y medio, la empecé hace dos, pero era cuestión de tiempo que algo así pasara. Si uno echa un vistazo a su alrededor y lee ciertas señales puede anticipar algo de lo que vendrá como el 15 M, por ejemplo. Pero lo que me parece significativo, maravilloso, es que los mayores que protestan ahora son los mismos que, siendo jóvenes, salieron a las calles en los 70 para construir una sociedad mejor para sus hijos y nietos. Ahora, de repente, se dan cuenta de que aquello que empezaron a construir se desmorona. Su protesta tiene que ver con el tema directo de las pensiones, sí, pero diría que no únicamente con eso, sino con gritar a pleno pulmón: ¿qué coño habéis hecho con lo que empezamos a levantar hace tiempo, incluso con nuestra sangre en muchos casos. Es un estallido de frustración, como el que siente Justo al ver cómo aquello que le rodea se va por el sumidero.

 

S.- ‘Justo’ está escrita en primera persona; ¿fue un recurso narrativo que viste necesario?

Como te decía antes, quería salirme de mi zona de confort como escritor, probarme a mí mismo, atreverme a hacer algo diferente. Siempre me había movido en una ‘cómoda’ tercera persona, en un tipo de narrador más clásico, de modo que, si quería asumir un riesgo literario, debía irme al extremo contrario. No quiero decir con esto que esa tercera persona sea más fácil, sino que quería buscar un camino que no hubiera transitado antes. Del mismo modo, quería abandonar un tipo de estructura y de trama e intentar otra. La primera persona tiene sus ventajas y desventajas, su dificultad, sobre todo en lo referido a encontrar una mirada muy característica para el personaje y darle una voz única para expresarse. Pero quizás eso no sea lo más difícil, sino ser capaz de mantenerlo a lo largo de toda la novela. En Justo se mezclan varias cosas: una narración aparentemente lineal en la que, de vez en cuando, hay saltos al pasado, tanto en forma de capítulos como en medio de la propia narración presente. He tratado de construir la novela siguiendo la propia forma desordenada en la que recordamos. Estamos contando una historia y, de repente, nos damos cuenta de que hemos olvidado mencionar algo y detenemos la narración para rememorarlo, para repescarlo y traerlo de vuelta antes de seguir. También quería mostrar que, a veces, la memoria miente. Quien lea la novela no debe olvidar que está contada por Justo, desde su punto de vista, y que todo lo que surge de su mente no es necesariamente real para los demás. Pero sí lo es para él. Y eso es lo que importa.

 

S.- El estilo es conciso, directo  –lectura “hipnótica”, coinciden en describir las críticas— ¿has trabajado especialmente esa forma narrativa en busca del ritmo que requería la novela?

Llevaba buscando esta forma de contar desde hace algún tiempo. Ya está, incipiente, en mi anterior novela, 'Mal trago', pero no ha sido hasta Justo que he perdido el miedo. Forma parte del reto. Como lector, me gustan las novelas con una mirada y una voz únicas; una literatura que me aporte algo más allá de una buena trama, por ejemplo. Leer una frase y decir: ¡ufff!, es maravillosa. Quedártela para ti. Tener un estilo propio, único e identificable es muy difícil. En cualquier arte. Pero es lo que te caracteriza precisamente como artista. Gustará a unos, horrorizará a otros, pero nadie podrá decir que no es único, diferente. Cada vez me encuentro con más novelas que me saben igual, que podrían estar escritas por decenas de personas diferentes; novelas que se parecen las unas a las otras como gotas de agua. Y no tiene nada que ver con su género, con el hecho de que sean thrillers, best sellers o novela de arte y ensayo. Escritores que se mueven en esas aguas como Stephen King, por ejemplo, tienen un sello personal único, tanto como lo tiene Julio Llamazares o lo tenía Delibes. No tiene nada que ver con que sean mejores o peores, mejor o peor literatura, sino con el hecho de que reconoces su prosa cuando los lees, su forma de ver, de mirar, de entender el mundo que es rodea.

 

S.- Corrígeme si me equivoco, pero en ‘Justo’ encontramos tres vertientes narrativas: la historia de los 36 Tzadik, la idea de venganza y la añoranza de un tiempo pasado. ¿Lo percibes así también como autor?

Sí. En Justo convive una trama clásica de venganza con algo más, que, para mí, es lo más importante: una mirada personal sobre la realidad. En alguna ocasión he señalado que la trama de una novela es importantísima, es el cimiento sobre el que se sustenta todo, pero no es la casa. La trama es el cable que sustenta todo lo demás, que es lo verdaderamente importante; en especial una cosa: el personaje. 

 

S.- Y la ciudad, Barcelona, también es protagonista. Un protagonismo que te sirve, como apuntabas antes, para dejar caer una crítica al rumbo social, urbanístico, cultural, de comercio de centro, de espíritu de ciudad, en definitiva, que a tomado Barcelona. Una Barcelona irreconocible, ciudad moribunda… son los barrios tomados por el turismo, la gentrificación…

Sí. Y es uno de los aspectos que más me importaban de la novela: la forma de mirar del personaje a una realidad social y política actual que no le gusta. Justo es tanto una novela sobre un viejo que asesina como una sobre un viejo que añora desde el cabreo.

14.- … pero es curioso, muchas ciudades, la mayoría, copian el modelo de Barcelona, caminando en el mismo rumbo de ser irreconocibles en tan solo unos años…

Es un rumbo que Barcelona ha copiado a su vez de otras grandes capitales a lo largo de los años, de su propia historia; esa voluntad de abandonar el provincianismo y convertirse en un referente a nivel planetario a golpe de evento: la Exposición Universal de 1888, la Exposición Internacional de 1929, los Juegos Olímpicos de 1992, el Forum… Está bien que una ciudad evolucione, mute, cambie, pero también es importante saber hacerlo bien. Una de las cosas que señalo en Justo es que esos males que ahora todo el mundo achaca a la ciudad son responsabilidad única y exclusiva de los barceloneses. La gentrificación de determinados barrios ha sido llevada a cabo por terceras generaciones de barceloneses que han querido especular con la vivienda de sus abuelos, por ejemplo. Yo vendo ese piso de renta antigua y techos altos que tenían los abuelos en el Paseo del Born a una inmobiliaria que, a su vez, la convierte en una vivienda turística, y luego me quejo de que los turistas están arruinando la ciudad y se están cargando los barrios de toda la vida, el barrio en el que nacieron, vivieron y murieron los abuelos… O, en muchos casos, son ellos mismos quienes regentan esos pisos turísticos. Y, ahora, buena parte de los ingresos de la ciudad dependen de esos millones de turistas que la inundan a lo largo de todo el año, hasta el punto de que, sin ellos, la ciudad quebraría.

 

S.- La crítica sitúa ‘Justo’ en el campo de la novela negra, de la nuevo noir, y apuntan un cambio narrativo respecto a anteriores novelas tuyas como ‘Siempre pagan los mismos’ o ‘Mal trago’, ¿Tu también observas ese cambio?

Sí. Y es un cambio buscado. Aunque en ‘Mal Trago’ ya pueden verse rasgos estilísticos y literarios que definen ‘Justo’. A medida que he escrito novelas he tendido a depurar mi estilo, a desproveerlo de florituras, a tratar de usar un lenguaje muy concreto, simple, directo, lo cual no significa que esté desprovisto de poética, de belleza. O que, como lector, no me pueda gustar una novela escrita con otro estilo, con un lenguaje más exuberante. Incluso escritores como Vázquez Montalbán, por ejemplo, eran capaces de combinar ambos tipos en la misma novela. 

 

16.- ... y ¿por qué escribes?

La respuesta es tan sencilla como simple: porque me gusta hacerlo.

 

S.- ¿Tienes manías a la hora de escribir? ¿Siempre escribes en el mismo sitio, a la misma hora? ¿En papel primero y luego en el ordenador?

Pues no tengo excesivas manías, la verdad. He escrito novelas enteras a mano en una libreta y otras directamente en el ordenador. Casi siempre escribo en mi despacho, eso sí, porque es allí donde lo tengo todo, pero siempre llevo una libreta encima para apuntar cosas que se me ocurren o que escucho, ideas, frases, diálogos. Soy capaz de abstraerme hasta en el sitio más ruidoso; de escribir con música, en silencio… Quizás debería inventarme alguna manía extraña, ahora que lo pienso, para poder sorprender en las entrevistas.

 

S.- Alguna vez, dices, te acompañas de música al escribir ¿Tus novelas tienen banda sonora? 

Suelo escribir sin música, porque me gusta oírme. No me refiero a que recito las frases en voz alta —esta podría ser la manía para la respuesta anterior, quizás—, sino a que me gusta jugar con la musicalidad de las palabras que uso, y necesito que suenen en mi cabeza, y a veces la música interfiere. Muchas veces, la elección de un sustantivo, de un verbo, de un adjetivo la hago en función de cómo suena en mi mente al leer la frase, de cómo sonará en la mente del lector. Si es mejor que una palabra para una frase determinada lleve ele, una ese o un par de erres, por ejemplo. Si quiero que la frase o el párrafo terminen con una palabra aguda o llana o esdrújula. Sé que el lector no lo racionalizará, es decir, no se dará cuenta de que has usado una palabra aguda acabada en on o en or, pero esa elección sí influirá en cómo perciba la idea o el sentimiento que has querido transmitir, si con dulzura, sin con rotundidad, si con odio y rabia, si con dolor, si con nostalgia, si con tristeza, si con alegría. También trato de cuidar bastante lo que yo llamo ‘arquitectura de la página’, es decir, su aspecto visual, que es una de las primeras cosas que percibe el lector cuando abre un libro o pasa una hoja.

 

S.- ¿Cuáles son tus autores favoritos? ¿Qué recomendarías qué leamos?

Pues tengo unos cuantos. Procuro leer siempre que puedo, todo lo que puedo, porque a escribir se aprende muchísimo leyendo. Y, al contrario que algunos compañeros, sí que leo mucho actual, aparte de grandes clásicos de la literatura que visitas de vez en cuando. Si me preguntas por compañeros de generación que publican hoy en día en España te diré que me gustan mucho Carlos Zanón, Marcelo Luján, Alexis Ravelo, Rosa Ribas, Alejandro Pedregosa, Juan Ramón Biedma, Fernando Marías, Juan Bas, Jordi Ledesma, Martín Olmos, Paco Bescós, Empar Fernández, Diego Ameixeiras, Susana Hernández, David Llorente, Agustín Martínez, Paco Gómez Escribano, Clara Peñalver, Rosa Montero, Carlos Salem, Berna González Harbour, Víctor del Árbol… Y a mis compañeros de viaje navarros: Carlos Erice, Susana Rodríguez, Miguel Izu, Estela Chocarro, Maribel Medina, Carlos Ollo, Aitor Iragi, Pernando Gaztelu —que ha escriot una pequeña joya titulada El Faro; Laura Pérez de Larraya, Tadea Lizarbe… Podría citarte una decena más seguro. En cuanto a recomendaciones, es fácil: cualquiera de sus libros. Si quieres una recomendación más concreta de lo que se ha publicado a lo largo del último año o dos: 'Taxi', de Carlos Zanón; 'Subsuelo', de Marcelo Luján; 'El refugio de los canallas', de Juan Bas; 'Ya no quedan junglas adonde regresar', de Carlos Augusto Casas; 'Lo que nos queda de la muerte', de Jordi Ledesma, por ejemplo.

 

20.- Por cierto, ¿Se puede vivir de la literatura?

Yo no. Pero sí de escribir, que es diferente. De la escritura y sus periferias periodísticas y docentes.

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