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{CULTURA / LIBROS}

'El escritor debe ser un sonámbulo que atraviesa una habitación en llamas'

Alberto Conejero es el autor de 'Todas las noches de un día', el viernes 18 en el teatro Bretón

Alberto Conejero (Vilches, 1978.) es uno de los más reconocidos escritores de teatro -"para teatro", prefiere decir él- en lengua castellana. Licenciado en Dirección de Escena y Dramaturgia por la Real Escuela Superior de Arte Dramático y doctor por la Universidad Complutense de Madrid. Su teatro ha sido estrenado en España, Grecia, Reino Unido, Chile, México, Uruguay, Colombia, Argentina y Rusia. 'La piedra oscura', 'Hungaros', 'Fiebre' o 'Cliff', producciones que destacan junto a 'Todas las noches de un día', la obra que el viernes 18 de mayor representarán sobre el escenario del teatro Bretón, Ana Torrent y Carmelo Gómez.

 

Rodeado de urbanizaciones, en algún lugar cerca de nosotros, sobrevive un viejo jardín con su invernadero. Pero ha pasado mucho tiempo desde que los vecinos vieron por última vez a Silvia, la dueña de la casa. Allí sólo queda Samuel, el jardinero, afanado en preservar ese rincón olvidado. 'Todas las noches de un día' comienza cuando la policía acude a la casa para intentar descubrir el paradero de Silvia. Empieza entonces un combate entre la vida y los recuerdos, entre el amor y sus fantasmas. Asegura Conejero que  "la obra tiene como eje central nuestra necesidad de recomponer las teselas de un mosaico semienterrado por los años". El autor de 'Todas las noches de un día' recuerda que la emoción nada tiene que ver con la sensiblería, "es la respuesta al afuera, a los otros; señala que estamos vivos y nos hace aprender, cambiar, seguir".

 

SPOONFUL.- Los personajes se sitúan en un entorno urbano, pero el invernadero es un protagonista más, ¿no?

Cuando la función empieza el invernadero de Silvia es casi una reliquia de un mundo desaparecido. Ahora está rodeado de urbanizaciones y jardines funcionales. Ese espacio no sólo es el lugar principal de la acción sino un personaje más. Los espectadores van a oír respira a ese invernadero, lo van a ver transformarte en el tiempo, llenarse de vida y de lo contrario.

 

S.- Aparentemente, ‘Todas las noches de un día’ se mueve entre cierta nostalgia -el invernadero como rincón olvidado-, cierto intimismo, el terreno de los recuerdos, pero lo que cuenta es mucho más… ¿Hay misterio? ¿Hay una investigación?

Los espectadores no sólo acompañan al policía que acude a ese invernadero para tratar de averiguar el paradero de Silvia sino que prácticamente son ese policía. La obra tiene como eje central nuestra necesidad de recomponer las teselas de un mosaico semienterrado por los años.

 

S.- De alguna manera parece establecerse un combate entre la vida, el momento, y los recuerdos; entre el amor y los fantasmas del pasado…

El recuerdo está vivo. El recuerdo inventa. Reescribimos continuamente nuestro pasado y éste, en muchas ocasiones, se revela, nos exige, nos demanda y está más vivo que lo que consideramos 'presente'. Todas las historias de amor que han terminado tienen algo de historias de fantasmas, ¿no?

 

S.- Te preguntaba antes por la existencia de un enigma por resolver. ¿Qué nos atrae tanto de las historias que nos retan a descubrir qué es lo que sucedió en la historia que nos cuentan?

Que nos hacen cómplices, partícipes; que nos otorgan un lugar activo como espectadores.  Confían en nosotros y nos necesitan para completarse.

 

S.- Un misterio que recurre en ocasiones al invernadero y sus habitantes como metáfora: “Mire estas plantas. ¿Qué están haciendo? Eso le parece. Que no hacen nada. Todo ese mundo vegetal que usted contempla tan tranquilo, tan resignado, está peleando, está peleando, está resistiendo, obstinado en una sola idea: liberarse de las raíces. Mírelas. Están prisioneras en la tierra, pero su espíritu lucha”.

Es fascinante todo lo que se ha escrito sobre la inteligencia de las plantas, sobre cómo inventan recursos para sobrevivir un día más. Cómo al estar enclavijadas a la tierra por las raíces han inventado alas que son las flores. No podemos entender todo de ellas como no podemos entender todo de nosotros ni de los otros. 

 

S.- ¿Qué importancia tienen la poesía y la música al escribir ‘Todas las noches de un día’?

Luis Luque (el director), Carmelo Gómez y Ana Torrent, y todo el equipo hemos querido invitar a los espectadores a una experiencia que no sea una reproducción servil de lo cotidiano, sino que ahonde. Pero no desde la petulancia o un lirismo esteticista sino desde un calambre poético. La música y la poesía, dos modos de nombrar lo mismo, son el eje sobre el que gravita toda la función.

S.- Decía ‘escribir teatro’, pero creo que tu proceso creativo lo defiendes como ‘escribir para el teatro’, ¿no?

Sí, porque el teatro siempre es un 'nosotros', una comunidad fugitiva de intimidad. Yo escribo para encontrarme con otros hombres y mujeres en un espacio y tiempo concreto, para convocar un 'juntos'.

 

S.- ¿Qué es lo más importante en una obra de teatro? ¿Qué tiene que transmitir?

Si lo supiera escribir sería un instrumento para algo concreto y yo creo que la escritura debe alejarse de la funcionalidad, de la moralidad edificante, de los mecanismos de la publicidad. Un sonámbulo que atraviesa una habitación en llamas. Así quien escribe. 

 

S.- Frente al cine el teatro aparece como ‘más intelectual’ -generalizo- ¿es de obligado cumplimiento que el teatro deba ser ‘intelectual’, entendiendo ‘intelectual’ como elevado o, incluso complicado de seguir?

No estoy de acuerdo. Quizá el teatro puede mantenerse más a salvo de ciertas lógicas de mercado porque necesita menos medios para asegurar su frágil existencia. Pero hay teatro y cine banal como hay cine y teatro que se dirigen a un ciudadano y no sólo a un consumidor. 

 

S.- En alguna ocasión has comentado que el teatro es emoción y que es la emoción la que nos hace humanos.

La emoción no es sensiblería. La emoción es nuestra respuesta al afuera, a los otros. Señala que estamos vivos y nos hace aprender, cambiar, seguir. Hay un desprestigio de la emoción porque el cinismo es más útil en una charca de caimanes. Pero es que no hay que resignarse a que nuestra sociedad sea una charca de caimanes.

 

S.- Tienes manías a la hora de escribir? ¿Música, lugar, a mano primero…?

Me cuesta escribir si no tengo un título al menos provisional.  Escribo mucho en trenes. Y en los últimos años siento que escribo a resguardo porque al terminar algún borrador puedo pasárselo a mi compañero y esperar su mirada. 

 

S.- ¿Por qué escribes teatro?

Podría impostar otra respuesta pero creo que sencillamente me hace feliz.

 

S.- ¿Cómo te planteas escribir? ¿Cómo te planteas cada nuevo reto teatral?

Otra palabra que está desprestigiada es 'ocurrencia'. La 'ocurrencia' desafía las sintaxis cotidianas. Hay mucho de juego, de ocurrencia en el germen de una obra. Por supuesto están las obsesiones, las lecturas, las inquietudes, etc. Pero la ocurrencia es el embrague de todo lo anterior. Ahora empiezo a escribir una comedia y una obra en la que los protagonistas son una pareja de ancianos y un maestro. Y siento que si llega a buen puerto debo estar yo en el escenario… Es una ocurrencia.

 

 

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