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{ACTUALIDAD}

Brookes, el visionario que le 'pasó' la idea al barón de Coubertain

Unos años antes de que se pronunciara por vez primera aquello de lo importante es participar y mucho tiempo después de que el lema ‘Citius, Altius, Fortuis’ fuera coreado en la antigua Grecia, en Much Wenlock, una pequeña localidad situada en los West Midlands de Inglaterra, William Penny Brookes le daba vueltas a la necesidad de incorporar la educación física en el currículo escolar de la chavales. Y, aprovechando la inercia de sus pensamientos, también, a la creación de los Juegos Olímpicos de Wenlock.

Era el año 1850. A Much Wenlock –lo de ‘gran’ fue incorporado al topónimo para diferenciarlo del ‘pequeño’ Wenlock- se accede ahora por la carretera A458 que recorre el trayecto entre Shrewbury y Bridgeport; entonces no cabe duda de que al joven barón de Coubertain le costó un mayor esfuerzo alcanzar la villa para reunirse con el doctor Brookes.
Brookes era cirujano, magistrado, botánico y pedagogo –hoy no sería ministro- y poco después añadió a su carta de presentación el honor de ser el inspirador de los Juegos Olímpicos de la era moderna; aunque la historia lo mantenga relegado a un segundo lugar y ya se sabe, en esto del deporte el segundo es el primero de los perdedores, por mucho que el olímpico barón se empeñara en repetir lo contrario.


Desde Wenlock, el bueno de William puso en marcha diferentes proyectos culturales, educativos y deportivos, motivado por la penosa situación que sufrían las clases trabajadoras Así, fundó en 1841, la Sociedad de Lectura Wenlock, que incluía un biblioteca.


Casi con doscientos años de antelación a la aparición del fitness, el profesor ya hablaba de los beneficios de estar física y mentalmente en forma. Quizá, por ese motivo no cejó en su intento de que la gimnasia, la educación física, formará parte de la formación de los alumnos en los centros escolares. Al mismo tiempo, alumbraba la idea de recuperar los ideales democráticos y deportivos de los griegos. Soñaba con celebrar unos Juegos Olímpicos locales; unos Juegos Olímpicos en Wenlock. Lo cierto es que sus sueños eran más ambiciosos, pero para empezar no estaba mal convocar una competición deportiva de estar por casa, con los deportistas locales. No estaba nada mal. Brookes hablaba de su convencimiento de que esta actividad supondría algo bueno para “la mejora moral, física e intelectual de los habitantes de la ciudad y el barrio y, especialmente, para las clases trabajadoras”. La Ciencia del Deporte ha terminado por darle la razón.


Así que enfundado en el primer halo de espíritu olímpico que se recuerda, el doctor Brookes fundó la Sociedad Olímpica de Wenlock y convocó la reunión de los Primeros Juegos Olímpicos de la localidad. Era el año 1850 y los deportistas compitieron en atletismo y, sobre todo, disciplinas tradicionales británicas como el tejo, el fútbol o el cricket. Camuflados en el tiempo esperaban el vóley, el baloncesto, la natación, el ciclismo, el BMX o el Mountain Bike, la esgrima, la gimnasia o la haltereofilia… hasta los 28 deportes y 37 disciplinas que forman hoy el programa de los Juegos de era moderna.

 

La noticia de la celebración de los Primeros Juegos de Wenlock se expandió velozmente, así que en las siguientes convocatorias comenzaron a inscribirse deportistas de zonas alejadas del país, desde Londres a Liverpool.
La noticia también saltó más allá del foso de la prueba de longitud y rozó a un joven barón, Pierre de Coubertain, defensor y promotor, igualmente, de la formación a través del deporte. En concreto fue el propio doctor Brookes quien llamó la atención del noble a través de una carta y una invitación, captando su interés y su complicidad.


Para llegar a la casa de William Brookes, donde se alojó, el baron de Coubertain tuvo que recorrer la carretera A458; entonces seguro que poco más que un camino de tierra; el mismo material sobre el que caían los saltadores de pértiga en aquellos días. Era 1890. El doctor y sus compañeros de la Sociedad de los Juegos Olímpicos de Wenlock organizaron una edición especial de la competición para que el barón pudiera hacerse una idea de la propuesta. Una proposición que no era otra que internacionalizar los Juegos.


Tras concluir las pruebas, se celebró una cena en el hotel ‘The Raven’, en la que el doctor y sus colegas explicaron la idea, la filosofía de aquellos Juegos Olímpicos, así como la influencia de los griegos y sus reuniones deportivas.


El resto de la historia es conocida, fascinado por el trabajo del doctor William Brookes, el barón de Coubertain constituyó el Comité Olímpico Internacional en 1894 y dos años después se celebraron en Atenas (1896) los Primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. El entusiasta Pierre de Coubiertain no sólo alabó la participación por encima de la victoria, sino que también parecía tener dotes de visionario. “En el mundo moderno –dijo- lleno de poderosas posibilidades que al mismo tiempo amenazan con peligrosas decadencias, el Olimpismo puede constituir una escuela de nobleza y pureza morales, tanto como de resistencia y energía físicas, a condición de que elevéis siempre vuestra idea del honor y del desinterés hasta la altura de vuestro vigor muscular”.

Desde entonces, desde aquel 1896, han sido Atenas, París, San Luis, Atenas –juegos intercalados- Londres, Estocolmo, Berlín, Amberes, París Amsterdam, Los Ángeles, Berlín, Londres, Helsinki, Melbourne, Roma, Tokio, Ciudad de Méjico, Münich, Montreal, Moscú, Los Ángeles, Seúl, Barcelona, Atlanta, Sidney, Atenas, Pekín y Londres.

La historia no ha guardado demasiadas páginas para el doctor Brookes a pesar de que el barón de Coubertain siempre lo tuvo presente en sus palabras. “William Brookes –dijo- era un reformador y si sobrevive el espíritu olímpico de la antigua Grecia en nuestro días es gracias a él”. El doctor no pudo contemplar su sueño hecho realidad. Falleció cuatro meses antes de que la antorcha comenzara a iluminar Atenas. Era el año 1896./Javi Muro.

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